Wednesday, February 5, 2014

Downloading India (I): dinero, apego e impactos

¿Y como le fue? ¿Mucha pobreza? ¿Muy terrible? ¿Es como en Slumdog Millionaire? ¿Qué fue lo que más le gustó?

Estas preguntas han sido repetitivas desde que regresé a Colombia tras casi 3 meses en la India. Ha sido muy valioso poder responder a cada una de las personas que la vida me ha puesto en el camino en estas semanas, pues charlando es que se han ido formando algunas líneas de una experiencia tan explosiva y compleja como es el llegar a este país milenario. Por eso, me he animado a escribir esta serie de entradas al blog en las que busco descargar (download) todo lo que sucedió allí.

No me gustaría hacer una mera narración turística, pues hay una diferencia que me gusta hacer: el viajero versus el turista. El último es quien viaja y se maravilla con lugares, comidas, paisajes y hace comparaciones y contrastes con su lugar de residencia y colecciona fotos y miniaturas de los destinos. El segundo, con el cual me identificó y desde el cual no subvaloro al primero, se basa en compenetrarse con el país, su cultura, abandonarse a las intempestades, penurias y alegrías, conocer personas, involucrarse en conversaciones profundas, llorar con los locales, ir a sus fiestas, leer libros o reportajes sobre el lugar.

En este sentido, quiero explicar que este viaje hacia el exterior fue un profundo viaje a mi interior. Mi perspectiva de la vida tuvo un giro, no dramático, pero si me dio más reflexiones. Un continuo que inició hace años cuando empecé a viajar y que me fue preparando progresivamente para este gran momento.

Un giro inesperado en mis planes, al salir de Guatemala y venir a Colombia, precipitó mi decisión de ir a la India. Lo había estado pensando hace muchos años pero lo postergaba por las contingencias de la vida académica y profesional. En este momento todo confluyo y me arriesgué. Obviamente con el temor de una gran aventura como esta, las incertidumbres y la inevitable soledad que habría en un sitio tan lejano y tan complejo.

Tras dos días de vuelos y escalas, llegué al caluroso Mumbai. 25 millones de personas agolpadas, viviendo o luchando por un espacio, con un aire húmedo y contaminado. Con las imágenes que dejaron Comer, Amar y Rezar (mala película, buen libro) yo esperaba un circo de mal gusto ante mis ojos, pero vi una ciudad relativamente organizada, con mucho polvo y miles de anuncios en hindi (o maratha, el idioma local) en la que me sentía insignificante.

Al llegar a la dirección del apartamento de un amigo, no encontré el lugar exacto y él no contestaba el celular. Por lo cual me resigné a pedirle al taxista que me llevara a un lugar que él conociera, aceptando igualmente mi destino de pagarle una comisión por su "amable favor". Y así llegué a un sitio medianamente aceptable, carísimo, con botones que no se conformaban con las propinas y que insistían en ayudarme. Al día siguiente, con un jet lag terrible, y las imágenes de una ciudad que ahora si se insinuaba terrible, logré contactar mi amigo y salí hacia allí. Los botones del hotel organizaron con un taxi privado que me llevara al lugar. Negociaron un precio de 500 rupias, unos 9 USD, y allí me fui. Al llegar el taxista me cobró 650 rupias, y empezó a alegar que ese era el precio... y yo, bravo...

En este primer caso, debo recordar algo. La India es un país en el que se mezclan dos factores: pobreza y turismo intensivo. De esta mezcla surgió un grupo de personas que viven de los turistas, y que en palabras de un propietario de hotel en Jaisalmer (otra ciudad) nos ven como cajeros automáticos con piernas.

Mirando hacia atrás, puedo reflexionar sobre la relación que se establece con el dinero. Nos apegamos a él, decimos que es el resultado de nuestro esfuerzo, familia, etc. Y ahora que lo veo, este es un terrible error. Esto nos condena, nos pone en inferioridad y nos tortura. Más en lugares como la India en la que se ve la supervivencia de las personas.

Con los budistas aprendí que todos los seres humanos perseguimos nuestra felicidad. Estamos tratando de alcanzar nuestros sueños, queremos aquellas cosas en las que depositamos nuestras esperanzas, cegados por velos de ignorancia que nos hacen creer que la felicidad esta en las cosas materiales. Y bueno, ahí tuve una primera Epifanía: el dinero es algo que se debe dejar ir, permitir que fluya y no lamentarse porque a veces se pierde.

Claro, esto sonará muy hippie y algunos lo tomarán como una apuesta por empezar a botar el dinero en las calles para que los demás sean felices. Y no funciona así. Es necesario entender de una manera compasiva e inteligente como se debe administrar.

Veámoslo en otros casos que me sucedieron: en Jodhpur (una ciudad del Rajhastán) me vendieron unas especies y unas chaquetas por 2 ó 3 veces su verdadero precio. Y casi que puedo decir que vi todos los signos de la estafa, desde la forma como hablaba el vendedor, el "amable" ofrecimiento de chai (té) hasta los precios ridículos. de las cosas. Con los conductores de rickshaws (moto taxis) quienes al ver piel más clara y escuchar inglés cobran 100 rupias de más y arman un grupo para burlarse del contra precio que uno hace. O un bici taxi (una especie de carroza halada por un señor, que me parece absolutamente inhumano) que me propuso un precio al comienzo y luego lo transformó mágicamente tras meterme en dos tiendas de sus amigos para que "mirara sin compromiso" (y no, no compré nada, lo juro).

En cada una de esas experiencias me puse de muy mal humor. Muy. Refunfuñé, me llené de ira, miré con odio a los indios (en especial los que "amablemente" se me acercaban a ofrecerme algo) y me detestaba a mi mismo por dejarme dar en la cabeza.

Pero ahí llegó la iluminación, la necesitada iluminación. Y empecé a darme cuenta que el odiarme no iba a servir de nada, que no todos los indios eran aprovechados y que debía dejar ir el dinero y ser mas atento a quienes querían algo más. Y diferenciar los unos de los otros.

La India tiene ese efecto, nos recuerda que los seres humanos tenemos esas múltiples facetas y que no podemos generalizar y que si la felicidad está por dentro, debemos tener la habilidad de mirar con los ojos del corazón y del cerebro (así suene muy hippie) pero sólo de esa manera no sufriremos tanto. Y si uno decide seguir el camino contrario, se hará muy rígido y se enfrenta a un mar de 1250 millones de personas que lo tumbará y revolcará, si uno se hace flexible podrá ir con las olas y la pasará más alegre.

Un aspecto adicional del apego está relacionado con las imágenes. Sean las de nosotros mismos (las que nos hacemos de nuestro físico o de nuestra forma de ser), las de los demás (sobre como son, como se comportan) y sobre la vida (como es o como debería ser). Y estas imágenes pueden volverse perjudiciales. La India revienta todo lo que uno estima normal en occidente. Las costumbres en la mesa (eruptar o dejar escapar gases cuando se termina de comer), masticar y escupir tabaco, los hombres y su rascar permanentemente las partes íntimas, la posición de inferioridad de la mujer, las intromisiones en la vida privada... todo se trastoca. Y que podemos hacer ante esto? Refunfuñar porque no son "civilizados"? Volvernos como ellos y ellas? o aceptar que es una cultura diferente y que debemos mantener la mente estable y ecuánime para apreciar las cosas? Yo terminé por escoger la última opción, entendiendo que yo no podría, ni debería, intentar cambiar una cultura tan amplia y tan compleja como esta. Lección de humildad y aceptación.

Todo esto retumba en mi cabeza, y volver a la cotidianidad me lleva al siguiente nivel: que esa teoría, aprendizajes y vivencias se conviertan en insumos para llevármela mejor conmigo mismo y con las personas a mi alrededor. Creo que el llevar una mochila pesada (como de 18 kilos) todo el tiempo, me mostró que en la vida llevamos una mochila (en la cabeza y corazón) y por ello debemos llevarla muy liviana para que no nos cueste tanto el andar. Y ese entendimiento se lo agradezco a la India.

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