Monday, February 17, 2014

Downloading India II: experiencias espirituales


No puedo negar que si me fui a la India buscando algunas respuestas espirituales. Creo que incluso es uno de los imanes más fuertes que tiene este país, sumado a la comida y los colores que hay en la cotidianidad.

Terminé una estancia de más de dos años en Guatemala, con todas las implicaciones que ello tuvo en mi vida personal: el cambio de trabajo, de entorno, de cultura, la comida y sobre todo lo que viví en el día a día. Un lugar especial tuvo el construir una relación de pareja con todo y perro incluido, una familia prácticamente. Pues al volver a Colombia y sentirme fuera de lugar, con el cambio abrupto de planes y esa incomodidad del alma viajera, me aventuré a la búsqueda de un refugio, el cual se concretó en irme a la India y vivir al límite el cambio de entorno.

La llegada a la India si tuvo en más de una ocasión la ofensa de los sentidos y el quiebre de mis creencias como occidental clase mediero: el ruido, el caos, la falta de normas tales como el respeto por una fila o las preguntas sobre mis creencias religiosas y mi estado civil. Es tal la avalancha de personas y de sensaciones que por momentos se siente desfallecer. Incluso se llega a odiar al país y sus personas por este maremágnum vital.

1250 millones de personas, viviendo, palpitando, corriendo, gritando, pitando sus bocinas, ofreciendo algo de comer, algo de usar… algo..!!!!

La experiencia resulta agradable los primeros días. En esos yo pensaba “La gente como se queja, no es tan terrible”. Los días van pasando y se hace verdaderamente insoportable y sólo quería salir corriendo. Sumado a todo lo que se escucha afuera, el idioma y la soledad comenzaban a hacerme escuchar por dentro….

La distancia de Colombia y de Guatemala me habían empujado a confrontarme con la distancia que había establecido conmigo mismo durante muchos años. Las noches se volvían largas, de mucha pensadera. Sumado, me puse a leer sobre otros viajes a la India y crecía mi interés por conocerlo todo!!

Estando en Jaisalmer, al Oeste del Rajhastán decidí hacer un curso de meditación: Vipassana. Se lo había escuchado mencionar a un amigo australiano varios años atrás y me animé a tomarlo en la capital mundial de la espiritualidad! Me inscribí y así emprendí el camino hacia Hoshiarpur, un pueblo en medio de la nada que no tiene mayor atractivo turístico más que los centros de meditación y este en especial.

Tras tomar el tren y desviarme de mi camino hacia Amritsar, donde se encuentra el Templo Dorado, máximo centro espritual de los SIkhs, y del cual hablaré ahora, llegué a Jhalandar y de ahí un bus hasta Hoshiarpur y ahí a meditar en silencio por 10 días, comiendo 100% vegetariano, dormir en un colchón muy delgado y cubrirme con una mantita delgada, mientras afuera hacían en promedio 10º.

Al cabo de esos diez días, en los cuales sentí que lavé las entrañas de mi subconsciente y afloraron aún más cosas de las que ya habían salido, incluyendo mis más profundas pasiones, temores y rabias,  volví a la “realidad”, al caos y locura de la India. Pero algo había cambiado…

El Vipassana se sustenta en las lecciones del Gurú Goenka y estas se enmarcan en una lectura del budismo. Comencé a explorar la comprensión de dos cosas, principalmente: el desapego y la impermanencia. El desapego no sólo hacia lo material sino hacia las ideas preconcebidas o consruidas. Y la imparmanencia de lo físico y lo mental, como todo, TODO en esta vida surge, juega en el tiempo y espacio para luego desaparecer.

Posteriormente fui a ver a los Sikhs, estos indios que usan el turbante de diferentes colores, dejan crecer su barba y tienen una ética de trabajo muy fuerte. Caminar por el Templo Dorado, escuchar la música espiritual, ver la devoción, la pureza con la que entran al Tempo, la comida gratuita que se comparte con cientos y miles de peregrinos, y meditar dentro del mismo Templo, se convirtieron para mi en un contacto con la divinidad en su máxima expresión.

De allí fui a Daramshala, la ciudad donde viven en el refugio los tibetanos tras la ocupación ilegal de los chinos en 1959. Incluso acá tiene su casa el Dalai Lama. Estando allí, con las primeras montañas de los Himalayas al fondo, empezando a llenarse de nieve, empezó mi malestar estomacal. Por esto tuve que estar quieto por 10 días allí. Esos días los aproveché para observar a los monjes tibetanos, visitar sus templos y leer sobre el Dalai Lama. En este momento entendí que mi salud, mi bienestar, también es impermanente, que la enfermedad me ayuda a entender desde otro ángulo el bienestar y la necesidad de buscar la calma y felicidad en otras cosas.

Finalmente, en este recuento, llegué a Pune, cerca de Mumbai, donde me recibió una médica que conocí en el vuelo de ida de París a Mumbai, y me ofreció su casa cuando fuera. Pues llegué dos meses después, varios kilos más delgado y sin un estómago muy saludable. Ella me cuidó y me mostró con cariño las enseñanzas de Krishna, la máxima expresión de dios para los Hare Krishna. Y allí, debido a una segunda convalecencia, estuve leyendo sobre el ISKCON, los seguidores de Krishna que promueven su conciencia a nivel mundial.

Esta experiencia me mostró un camino hacia dentro, hacia esa fuerza que reside en lo más profundo de mi ser. Me hizo entender con mucha humildad que este cuerpo, que esta manifestación en un cuerpo humano, es el resultado de un proceso largo de reencarnaciones y que debo hacer lo mejor que pueda para limpiar mi espíritu y ayudar a que la rueda siga girando. Que no puedo lastimar a los demás porque eso será lastimarme a mí mismo. Que por el contrario debo ayudar a otros para ayudarme.

¿Podía aprender esto en cualquier otro lugar del mundo, incluso en Colombia? Si, lo creo. Pero la India tiene algo alucinante: produce tanto ruido externo que hace inevitable reconocer el ruido interno. Tiene a disposición tantos lugares religiosos, mágicos, que facilitan el contacto con algo mucho más superior que la razón. Revienta lo lógico para entender lo espiritual. Muestra tantas formas de espiritualidad que convergen en un solo punto: el respeto por los demás y la comprensión de que no somos la medida de las cosas. Es decir, las cosas no existen porque las conozcamos ni son como son porque así las vemos. Enseña la humildad de entender que no nos las sabemos todas. Y sobre todo, da un alivio a toda la miseria que se vive en el mundo material para conectarnos con fuerzas más elevadas. Y eso, es de mis principales agradecimientos con ese mágico y trágico país.

Wednesday, February 5, 2014

Downloading India (I): dinero, apego e impactos

¿Y como le fue? ¿Mucha pobreza? ¿Muy terrible? ¿Es como en Slumdog Millionaire? ¿Qué fue lo que más le gustó?

Estas preguntas han sido repetitivas desde que regresé a Colombia tras casi 3 meses en la India. Ha sido muy valioso poder responder a cada una de las personas que la vida me ha puesto en el camino en estas semanas, pues charlando es que se han ido formando algunas líneas de una experiencia tan explosiva y compleja como es el llegar a este país milenario. Por eso, me he animado a escribir esta serie de entradas al blog en las que busco descargar (download) todo lo que sucedió allí.

No me gustaría hacer una mera narración turística, pues hay una diferencia que me gusta hacer: el viajero versus el turista. El último es quien viaja y se maravilla con lugares, comidas, paisajes y hace comparaciones y contrastes con su lugar de residencia y colecciona fotos y miniaturas de los destinos. El segundo, con el cual me identificó y desde el cual no subvaloro al primero, se basa en compenetrarse con el país, su cultura, abandonarse a las intempestades, penurias y alegrías, conocer personas, involucrarse en conversaciones profundas, llorar con los locales, ir a sus fiestas, leer libros o reportajes sobre el lugar.

En este sentido, quiero explicar que este viaje hacia el exterior fue un profundo viaje a mi interior. Mi perspectiva de la vida tuvo un giro, no dramático, pero si me dio más reflexiones. Un continuo que inició hace años cuando empecé a viajar y que me fue preparando progresivamente para este gran momento.

Un giro inesperado en mis planes, al salir de Guatemala y venir a Colombia, precipitó mi decisión de ir a la India. Lo había estado pensando hace muchos años pero lo postergaba por las contingencias de la vida académica y profesional. En este momento todo confluyo y me arriesgué. Obviamente con el temor de una gran aventura como esta, las incertidumbres y la inevitable soledad que habría en un sitio tan lejano y tan complejo.

Tras dos días de vuelos y escalas, llegué al caluroso Mumbai. 25 millones de personas agolpadas, viviendo o luchando por un espacio, con un aire húmedo y contaminado. Con las imágenes que dejaron Comer, Amar y Rezar (mala película, buen libro) yo esperaba un circo de mal gusto ante mis ojos, pero vi una ciudad relativamente organizada, con mucho polvo y miles de anuncios en hindi (o maratha, el idioma local) en la que me sentía insignificante.

Al llegar a la dirección del apartamento de un amigo, no encontré el lugar exacto y él no contestaba el celular. Por lo cual me resigné a pedirle al taxista que me llevara a un lugar que él conociera, aceptando igualmente mi destino de pagarle una comisión por su "amable favor". Y así llegué a un sitio medianamente aceptable, carísimo, con botones que no se conformaban con las propinas y que insistían en ayudarme. Al día siguiente, con un jet lag terrible, y las imágenes de una ciudad que ahora si se insinuaba terrible, logré contactar mi amigo y salí hacia allí. Los botones del hotel organizaron con un taxi privado que me llevara al lugar. Negociaron un precio de 500 rupias, unos 9 USD, y allí me fui. Al llegar el taxista me cobró 650 rupias, y empezó a alegar que ese era el precio... y yo, bravo...

En este primer caso, debo recordar algo. La India es un país en el que se mezclan dos factores: pobreza y turismo intensivo. De esta mezcla surgió un grupo de personas que viven de los turistas, y que en palabras de un propietario de hotel en Jaisalmer (otra ciudad) nos ven como cajeros automáticos con piernas.

Mirando hacia atrás, puedo reflexionar sobre la relación que se establece con el dinero. Nos apegamos a él, decimos que es el resultado de nuestro esfuerzo, familia, etc. Y ahora que lo veo, este es un terrible error. Esto nos condena, nos pone en inferioridad y nos tortura. Más en lugares como la India en la que se ve la supervivencia de las personas.

Con los budistas aprendí que todos los seres humanos perseguimos nuestra felicidad. Estamos tratando de alcanzar nuestros sueños, queremos aquellas cosas en las que depositamos nuestras esperanzas, cegados por velos de ignorancia que nos hacen creer que la felicidad esta en las cosas materiales. Y bueno, ahí tuve una primera Epifanía: el dinero es algo que se debe dejar ir, permitir que fluya y no lamentarse porque a veces se pierde.

Claro, esto sonará muy hippie y algunos lo tomarán como una apuesta por empezar a botar el dinero en las calles para que los demás sean felices. Y no funciona así. Es necesario entender de una manera compasiva e inteligente como se debe administrar.

Veámoslo en otros casos que me sucedieron: en Jodhpur (una ciudad del Rajhastán) me vendieron unas especies y unas chaquetas por 2 ó 3 veces su verdadero precio. Y casi que puedo decir que vi todos los signos de la estafa, desde la forma como hablaba el vendedor, el "amable" ofrecimiento de chai (té) hasta los precios ridículos. de las cosas. Con los conductores de rickshaws (moto taxis) quienes al ver piel más clara y escuchar inglés cobran 100 rupias de más y arman un grupo para burlarse del contra precio que uno hace. O un bici taxi (una especie de carroza halada por un señor, que me parece absolutamente inhumano) que me propuso un precio al comienzo y luego lo transformó mágicamente tras meterme en dos tiendas de sus amigos para que "mirara sin compromiso" (y no, no compré nada, lo juro).

En cada una de esas experiencias me puse de muy mal humor. Muy. Refunfuñé, me llené de ira, miré con odio a los indios (en especial los que "amablemente" se me acercaban a ofrecerme algo) y me detestaba a mi mismo por dejarme dar en la cabeza.

Pero ahí llegó la iluminación, la necesitada iluminación. Y empecé a darme cuenta que el odiarme no iba a servir de nada, que no todos los indios eran aprovechados y que debía dejar ir el dinero y ser mas atento a quienes querían algo más. Y diferenciar los unos de los otros.

La India tiene ese efecto, nos recuerda que los seres humanos tenemos esas múltiples facetas y que no podemos generalizar y que si la felicidad está por dentro, debemos tener la habilidad de mirar con los ojos del corazón y del cerebro (así suene muy hippie) pero sólo de esa manera no sufriremos tanto. Y si uno decide seguir el camino contrario, se hará muy rígido y se enfrenta a un mar de 1250 millones de personas que lo tumbará y revolcará, si uno se hace flexible podrá ir con las olas y la pasará más alegre.

Un aspecto adicional del apego está relacionado con las imágenes. Sean las de nosotros mismos (las que nos hacemos de nuestro físico o de nuestra forma de ser), las de los demás (sobre como son, como se comportan) y sobre la vida (como es o como debería ser). Y estas imágenes pueden volverse perjudiciales. La India revienta todo lo que uno estima normal en occidente. Las costumbres en la mesa (eruptar o dejar escapar gases cuando se termina de comer), masticar y escupir tabaco, los hombres y su rascar permanentemente las partes íntimas, la posición de inferioridad de la mujer, las intromisiones en la vida privada... todo se trastoca. Y que podemos hacer ante esto? Refunfuñar porque no son "civilizados"? Volvernos como ellos y ellas? o aceptar que es una cultura diferente y que debemos mantener la mente estable y ecuánime para apreciar las cosas? Yo terminé por escoger la última opción, entendiendo que yo no podría, ni debería, intentar cambiar una cultura tan amplia y tan compleja como esta. Lección de humildad y aceptación.

Todo esto retumba en mi cabeza, y volver a la cotidianidad me lleva al siguiente nivel: que esa teoría, aprendizajes y vivencias se conviertan en insumos para llevármela mejor conmigo mismo y con las personas a mi alrededor. Creo que el llevar una mochila pesada (como de 18 kilos) todo el tiempo, me mostró que en la vida llevamos una mochila (en la cabeza y corazón) y por ello debemos llevarla muy liviana para que no nos cueste tanto el andar. Y ese entendimiento se lo agradezco a la India.