No
puedo negar que si me fui a la India buscando algunas respuestas espirituales.
Creo que incluso es uno de los imanes más fuertes que tiene este país, sumado a
la comida y los colores que hay en la cotidianidad.
Terminé
una estancia de más de dos años en Guatemala, con todas las implicaciones que
ello tuvo en mi vida personal: el cambio de trabajo, de entorno, de cultura, la
comida y sobre todo lo que viví en el día a día. Un lugar especial tuvo el
construir una relación de pareja con todo y perro incluido, una familia
prácticamente. Pues al volver a Colombia y sentirme fuera de lugar, con el
cambio abrupto de planes y esa incomodidad del alma viajera, me aventuré a la
búsqueda de un refugio, el cual se concretó en irme a la India y vivir al
límite el cambio de entorno.
La
llegada a la India si tuvo en más de una ocasión la ofensa de los sentidos y el
quiebre de mis creencias como occidental clase mediero: el ruido, el caos, la
falta de normas tales como el respeto por una fila o las preguntas sobre mis
creencias religiosas y mi estado civil. Es tal la avalancha de personas y de
sensaciones que por momentos se siente desfallecer. Incluso se llega a odiar al
país y sus personas por este maremágnum vital.
1250
millones de personas, viviendo, palpitando, corriendo, gritando, pitando sus
bocinas, ofreciendo algo de comer, algo de usar… algo..!!!!
La
experiencia resulta agradable los primeros días. En esos yo pensaba “La gente
como se queja, no es tan terrible”. Los días van pasando y se hace
verdaderamente insoportable y sólo quería salir corriendo. Sumado a todo lo que
se escucha afuera, el idioma y la soledad comenzaban a hacerme escuchar por
dentro….
La
distancia de Colombia y de Guatemala me habían empujado a confrontarme con la
distancia que había establecido conmigo mismo durante muchos años. Las noches
se volvían largas, de mucha pensadera. Sumado, me puse a leer sobre otros
viajes a la India y crecía mi interés por conocerlo todo!!
Estando
en Jaisalmer, al Oeste del Rajhastán decidí hacer un curso de meditación:
Vipassana. Se lo había escuchado mencionar a un amigo australiano varios años
atrás y me animé a tomarlo en la capital mundial de la espiritualidad! Me
inscribí y así emprendí el camino hacia Hoshiarpur, un pueblo en medio de la
nada que no tiene mayor atractivo turístico más que los centros de meditación y
este en especial.
Tras
tomar el tren y desviarme de mi camino hacia Amritsar, donde se encuentra el
Templo Dorado, máximo centro espritual de los SIkhs, y del cual hablaré ahora,
llegué a Jhalandar y de ahí un bus hasta Hoshiarpur y ahí a meditar en silencio
por 10 días, comiendo 100% vegetariano, dormir en un colchón muy delgado y
cubrirme con una mantita delgada, mientras afuera hacían en promedio 10º.
Al
cabo de esos diez días, en los cuales sentí que lavé las entrañas de mi
subconsciente y afloraron aún más cosas de las que ya habían salido, incluyendo
mis más profundas pasiones, temores y rabias,
volví a la “realidad”, al caos y locura de la India. Pero algo había
cambiado…
El
Vipassana se sustenta en las lecciones del Gurú Goenka y estas se enmarcan en
una lectura del budismo. Comencé a explorar la comprensión de dos cosas,
principalmente: el desapego y la impermanencia. El desapego no sólo hacia lo
material sino hacia las ideas preconcebidas o consruidas. Y la imparmanencia de
lo físico y lo mental, como todo, TODO en esta vida surge, juega en el tiempo y
espacio para luego desaparecer.
Posteriormente
fui a ver a los Sikhs, estos indios que usan el turbante de diferentes colores,
dejan crecer su barba y tienen una ética de trabajo muy fuerte. Caminar por el
Templo Dorado, escuchar la música espiritual, ver la devoción, la pureza con la
que entran al Tempo, la comida gratuita que se comparte con cientos y miles de
peregrinos, y meditar dentro del mismo Templo, se convirtieron para mi en un
contacto con la divinidad en su máxima expresión.
De
allí fui a Daramshala, la ciudad donde viven en el refugio los tibetanos tras
la ocupación ilegal de los chinos en 1959. Incluso acá tiene su casa el Dalai
Lama. Estando allí, con las primeras montañas de los Himalayas al fondo,
empezando a llenarse de nieve, empezó mi malestar estomacal. Por esto tuve que
estar quieto por 10 días allí. Esos días los aproveché para observar a los
monjes tibetanos, visitar sus templos y leer sobre el Dalai Lama. En este
momento entendí que mi salud, mi bienestar, también es impermanente, que la
enfermedad me ayuda a entender desde otro ángulo el bienestar y la necesidad de
buscar la calma y felicidad en otras cosas.
Finalmente,
en este recuento, llegué a Pune, cerca de Mumbai, donde me recibió una médica
que conocí en el vuelo de ida de París a Mumbai, y me ofreció su casa cuando
fuera. Pues llegué dos meses después, varios kilos más delgado y sin un
estómago muy saludable. Ella me cuidó y me mostró con cariño las enseñanzas de
Krishna, la máxima expresión de dios para los Hare Krishna. Y allí, debido a
una segunda convalecencia, estuve leyendo sobre el ISKCON, los seguidores de
Krishna que promueven su conciencia a nivel mundial.
Esta
experiencia me mostró un camino hacia dentro, hacia esa fuerza que reside en lo
más profundo de mi ser. Me hizo entender con mucha humildad que este cuerpo,
que esta manifestación en un cuerpo humano, es el resultado de un proceso largo
de reencarnaciones y que debo hacer lo mejor que pueda para limpiar mi espíritu
y ayudar a que la rueda siga girando. Que no puedo lastimar a los demás porque
eso será lastimarme a mí mismo. Que por el contrario debo ayudar a otros para
ayudarme.
¿Podía
aprender esto en cualquier otro lugar del mundo, incluso en Colombia? Si, lo
creo. Pero la India tiene algo alucinante: produce tanto ruido externo que hace
inevitable reconocer el ruido interno. Tiene a disposición tantos lugares
religiosos, mágicos, que facilitan el contacto con algo mucho más superior que
la razón. Revienta lo lógico para entender lo espiritual. Muestra tantas formas
de espiritualidad que convergen en un solo punto: el respeto por los demás y la
comprensión de que no somos la medida de las cosas. Es decir, las cosas no
existen porque las conozcamos ni son como son porque así las vemos. Enseña la
humildad de entender que no nos las sabemos todas. Y sobre todo, da un alivio a
toda la miseria que se vive en el mundo material para conectarnos con fuerzas
más elevadas. Y eso, es de mis principales agradecimientos con ese mágico y trágico
país.