Saturday, August 17, 2013

No quiero tu tolerancia, exijo tu respeto: bravo se puso el muchacho

Corría el 2006. Bogotá. Yo, recién salido de mi formación universitaria en una institución de clase media-alta, regida por jesuitas. Si, la Javeriana (para Guatemala la equivalencia es la URL). Muchacho divertido, amante de la filosofía y la teoría política. Peleón eso si (desde chiquito diría mi mamá).

Pasé una época muy alegre en la Universidad, no me puedo quejar. Entre las clases y los debates que se daban, sentía despertar en mi un interés por alegar, cada vez más sustentado en teorías y afirmaciones complicadas que sacaba de los libros que devoraba por aquel entonces. Y pues en las aulas de la Facultad de Ciencia Política era de esperar que varios especímenes como yo compartiéramos esta especie de carrera (como llamamos a la Licenciatura en Colombia y que pareciera ser un mensaje subliminal que nos creemos porque si competimos).

5 años en esas alegrías. Algunos viajes en el medio me fueron formando un interés diferente. Aprender de otras culturas, indagar en las explicaciones de porque somos tan parecidos y a la vez tan diferentes. Descubrir países en los que se podía ser como quisieras ser sin ningún problema. Claro, para mi era alucinante al salir de un país sacudido por el conflicto armado y la violencia política, pues crecí viendo caer mucha gente pensante y que se animaba a defender sus ideales. Joven y fácil de sorprender, así me siento ahora que me veo en perspectiva histórica.

Lo de gay revoltoso no lo tenía tan marcado, de hecho despreciaba el activismo LGBT (en esas épocas no sabía que era eso de la I, mucho menos de los intersexuales). Me parecía una bola de gritones, escandolosos que sólo querían causar alboroto. Yo, en mi cómoda familia, que me aceptaba tal y como era, pues ni en cuenta de los problemas que implicaba vivir una orientación sexual diferente a la heterosexual, mucho menos una identidad de género diferente. De hecho, reproducía con gran precisión la discriminación hacia las personas trans, con todos los estereotipos y prejuicios que circulan en la sociedad: que eran asesinas, malvadas, dispuestas a robarte y golpearte, y que bueno, uno podrá ser gay pero no por eso quiere volverse mujer.

Cuando salí de la Universidad tuve que enfrentar una de las preguntas más duras que se hace un joven: qué haré ahora? Ya papá y mamá no me apoyarían más, y tendría que salir a buscar que hacer. Y así fue, con el CV de 4 páginas en una carpetica bien presentada (y bueno, de esas 4 páginas creo que el perfil gastaba una y las referencias dos) bajo el brazo, salí a buscar que conseguía. y conseguí una plaza como investigador en un observatorio de violencias y delincuencias urbanas.

Este trabajo era alucinante. Tenía que ir a las calles, a las "zonas rojas" (llamadas así por los índices de violencia y delincuencia tan elevados) y entrevistar gente, indagar con autoridades, explicar porque eran rojas pues. Y así llegué a las casas de prostitución (mal llamadas así en ese entonces) y empecé a meterme con estas personas, intocables y abominables para muchos, para mi eran toda una experiencia antropológica que me permitía re-leer mi realidad, cuestionar, indignarme.

Un poco después empecé a trabajar con otra institución del Estado, donde pude promover derechos sexuales entre jóvenes de zonas conflictivas, y con adultos, y ahí decidí seguir en la línea de trabajar con personas involucradas en prostitución (así llamadas según ese programa oficial). Y empezaron a llegar mujeres trans. Yo, petrificado....

Fue con las conversaciones, conociendo sus historias, entendiendo sus complejidades como seres humanos, tanto por su historia como por los contextos en que nacen y crecen, que cambió nuevamente mi mente. Ya no sería el mismo, mis ojos no podían ver igual la situación.

Compartiendo con estas personas decidí enfocarme en una lucha difícil, pues arriesgarse a defender derechos LGBTI, sea en la sociedad en general o dentro de la comunidad misma, puede resultar fatigante. Convencer a los demás de que no es justificable bajo ningún motivo la discriminación no es nada sencillo, menos cuando hay creencias profundamente arraigadas. Pero si tienes el coraje, si has logrado poner al servicio de una causa social tu conocimiento y has comprometido tu vida con un cambio, así sea pequeño y momentáneo, sacas las fuerzas.

En esta época en que me peleo por partida doble (tanto en Colombia como en Guatemala) he abierto nuevamente los ojos, en un nivel que no esperaba cuando me animé a venir a Guate. La lucha es exponencialmente más grave y compleja de lo que había vivido hasta el momento. Los enemigos cada vez son más agresivos y despiadados (o quizás siempre lo han sido pero ahora lo veo con claridad).

Ha sido en discusiones y debates "cotidianos" (ya que no los he vivido en auditorios ni eventos convocados para ese fin) en el que veo una arista que me preocupa: se está invocando la tolerancia como valor universal, y se dice que desde las personas LGBTI lo invocamos, y que en ese sentido debemos tolerarles a ellos también.

Grave. Así lo veo. Porque ahora nos piden que tras décadas y décadas de exclusión y discriminación, sonríamos y seamos muy pacíficos para hablar con quienes nos comparan con zoofílicos, pedófilos y necrófilos (ahora olvido las otras parafilias en las que nos encajan, como si hubiéramos suscrito un pacto para acabar con toda "buena costumbre"). Grave, en especial para mi, que ya no logro comerme el discurso sin que se me desfigure mi habitual sonrisa.

"Mira, creo que eres un ser humano, digno, decente, que no merece ninguna discriminación. Pero ese tu plan por conseguir los mismos derechos, incluso el de casarte, si me parece una cosa terrible que sólo busca destruir la familia y con ello la sociedad. Así lo aprendí en una capacitación sobre la ideología de género". Si, así he tenido que oirlo....

Yo ahora creo, vehementemente, que no queremos tolerancia, que esa es una palabra/concepto que tiene usos muy perversos, y que busca cerrar debates con un manto de falsa diplomacia. No queremos tolerancia, exigimos respeto. Respeto por nuestros derechos humanos, protección ante los ataques físicos, verbales y psicológicos de particulares (con ese delicado argumento de que estamos "cercenando la libertad de expresión") y que se nos permita vivir una vida tranquila. Cuesta mucho entenderlo? Al parecer si, pero será la pelea que tendremos que seguir dando, con cejos fruncidos y sonrisas hipócritas en los debates televisivos o con los dedos rojos al escribir columnas (o blogs :).

Ya soy mas consciente de que no es un proceso fácil, y que hay amistades que se pierden o que se cae en la imagen del "susceptible" que todo le molesta, pero la maquinaria discriminatoria funciona así: se reinventa y apropia de los discursos que le resultan contrarios. En un parpadeo el discriminador es víctima y uno el malo de la película.

No es fácil, pero vale la pena. No sólo por causa personal, sino por solidaridad con tantos y tantas que no tienen opción de decirlo, que viven condenados a una doble vida o a una vida de abusos y maltratos que pareciera no tener final a la vista. Es recordar que una injusticia cometida contra una persona, es una injusticia cometida contra todos, y que no podemos llevar esa mancha en nuestra conciencia como individuos y mucho menos como humanos. Así lo he entendido yo, a punta de golpes y con abrazos y sonrisas sinceras de apoyo. Espero que otros puedan ahorrarse los golpes.

Sunday, August 11, 2013

Conversando nos entendemos, o nos jodemos? (opiniones desde los vasos medio vacíos)

Conversar es difícil. Hablar es fácil, lo hacemos a diario, cada rato. Abrimos la boca y dejamos salir lo primero que se nos viene a la mente. Este es un primer fenómeno que me llama la atención: cómo sucede ese proceso? Desde que surge la idea, se transforme en un impulso eléctrico y llega a la lengua... Según he leído, es algo que sucede en micromilésimas de segundo. Los psicólogos muestran, siguiendo una línea conductual, que vamos formando nuestro carácter y nuestra opinión en un largo y complejo proceso que nos enseña a limitar nuestros impulsos, dejando de hablar lo primero que se nos aparece en la mente para luego ir tomándonos unos segundos para decir algo más elaborado. Y luego llegan los monjes budistas (tan chulos con sus túnicas moradas y su mirada serena) y nos enseñan con el ejemplo que debemos mantener el silencio en todo momento y sólo abrir nuestra boca si vamos a decir algo constructivo, inteligente y que ayude a los demás. Uff...

Las reflexiones que ahora voy a empezar, surgen, como usualmente lo hacen, de una "charla" con un amigo y colega que ahora está en Colombia, al parecer trabajando muy de cerca a políticos. Era el cumpleaños de Bogotá, nuestra ciudad, y él proponía que debíamos agradecer a una ciudad que nos da a los 8 millones de habitantes (aproximadamente) la oportunidad de trabajar, educarnos, vivir, desarrollarnos, entre otras. Yo lo leí, y me quedé pensando... Luego me animé (o decidí mejor) comentarle en su status de facebook (porque ahora nos comunicamos más y mejor por ahí) que eso no era del todo cierto, pues hay un porcentaje significativo de esos 8 millones de personas que no acceden a la educación y a los demás servicios que les permite disfrutar de sus derechos humanos, y por el contrario viven lejos de tenerlos. Y ahí ardió Troya...

Haciendo el cuento corto, quedé como alguien odioso que no está viviendo en Bogotá, ni en Colombia, y que por lo tanto no podía opinar, y estaba descargando mi rabia contra aquellos, que arduamente trabajan por una mejor ciudad. 

En Guatemala he podido contrastar esta realidad que viví por muchos años en mi país: cuando conversamos, o hablamos, construimos realidades momentáneas en las que nos configuramos como sujetos. Si, ya sé, gran descubrimiento!! Pero a lo que quiero apuntar es al cómo lo hacemos. He encontrado que generalmente, y en especial cuando es sobre política, religión o sexo (los tres temas vedados por padres y abuelos, y otro buen grupo de personas que piensan según esa manera), construimos una relación profundamente desigual. Hacemos un yo agrandado, arrogante y muy inteligente. Eso, llevado al plano de la defensa de derechos humanos queda más claro (y más preocupante aún), pues quienes defienden la familia, la propiedad privada, el establecimiento, se erigen como personas basadas en fé, conocimiento razón, mientras que el otro es subversivo, terroristas, comunista.

Claro, la comparación entre Colombia y Guatemala tiene un elemento explicativo común: el pasado y presente conflictivo, el pensamiento militar que es necesario para exterminar el enemigo interno y mantener la paz y armonía entre las "personas de bien". 

Pararse del otro lado, de ese lado de indígenas, mujeres feministas, defensores de defensores de derechos humanos y en especial de Lesbianas, gays, bisexuales y transgénero (aún no conozco en persona a intersex) me ha hecho entender algo: que significa estar en desigualdad. Que significa no estar con "ellos", que significa no soñar con llegar a estar con "ellos". Quiénes son ellos? Pues esos que hablan de fé, de amor al otro, de compromiso social, de progreso, de armonía y reconciliación.

Lo contradictorio del tema, es que sea del lado que sea, se argumenta con un objetivo en mente: tener la razón. Pero también he ido aprendiendo que en estos procesos nadie tiene la razón, del todo. Que necesitamos seguir encontrando las mejores formas de poder vivir juntos sin querer que todos piensen de la misma forma, que puedan expresarse de la misma manera, que hablemos menos y que conversemos más. 

Esto exige un montón de cosas, que van desde mínimos educativos, de garantías plenas para la libertad de expresión y por lo tanto de un acceso amplio a la información, todos estos derechos humanos pues. Pero también exige que superemos la concepción de que un diálogo es imponer y pretender que las reglas sean las que uno sólo escribe o que se parta del asco, prevención u odio al otro. Señores Pro-Vida y sus compañeros que alientan la destrucción de la "agenda gay" y la "ideología de género", esto fue para ustedes con cariño.

Richard Rorty hablabla de la necesidad de que quienes trabajemos en derechos humanos mantengamos el humor y la risa para mantenernos firmes frente a esos enormes retos que hay frente a nosotros: sea una transnacional minera, alguna iglesia fundamentalista o un compañero o compañera que defiende esos mismos ideales. Y ese es el reto más fuerte, pues implica un constante reflexionar sobre nosotros y nosotras mismas, mantener una postura de construcción del afuera y del adentro nuestro. Ahí si que le entiendo a los monjes budistas (que además se ven aún más chulos cuando los mencionas) pues el silencio se vuelve un aliado estratégico, tanto en la conversación como en el diálogo interno. 

No es, así, una apuesta por el mutismo, pues eso si que nos jode el triple. Si nadie habla, si nadie se anima a criticar, a debatir, a proponer, seguiremos alimentando una maquina perversa que si llega silenciosa y agresivamente a través de la televisión o la internet. Es cuando logramos separarnos del computador o del televisor, o los usamos de una manera más interactiva, que nos enfrentamos al asunto real, ese que tenemos en la habitación, en el edificio, en el barrio, en la vida. 

El vaso puede estar medio lleno, y eso satisface a algunos, para otros esta medio vacío y eso los satisface, para otros, como yo, nos interesa entender dos cosas: porque ambos piensan lo que piensan, y que ha llevado a que el vaso esté como está. Y así podríamos pensar de manera más pausada durante una conversación. Complicado? Si. Pero esa complicación es la que hemos perdido y considero que es una de las explicaciones para que seamos tan violentos en América Latina. He ahí porque apuesto por conversar más, así me acusen de demagógico y poco concreto. Pero si perdemos está lucha contra el mutismo tendremos muchos que harán y desharán más holgadamente, y eso si me preocupa mucho más que mis amigos me acusen de odioso y comunista. 

Cercanías y distancias: sobre cómo somos como el queso Emmenthal


Hace unos días, tras la noticia de que me iría de Guatemala, una amiga me decía medio en broma-medio en serio (espero) que me iban a "arraigar" para que no dejara el país. Contexto: El arraigo es una figura legal en este país en el que ante deudas o problemas con la ley a uno le impiden salir del país.
Yo me reía, ella se reía, otros se han reído con la historia. Pero se ha quedado retumbando en mi cabeza esta broma/amenaza, no sólo por el temor que abre (ya que a uno lo aprenden en el aeropuerto y a la cárcel lo llevan!) sino por las preguntas que me ha sugerido la idea de permanecer en el país. 

El arraigo en otros contextos, no legales ni guatemaltecos, se refiere más a la forma como echamos raíces, como nos instalamos en un lugar. Y justamente por esa razón es que ahora me lo pienso, porque me vuelvo a preguntar que define nuestra pertenencia a un lugar, a un país, a una sociedad. 

El idioma es un vínculo primordial. Entendernos, hacernos entender, lograr entender a los otros. En Guate ha sido toda una tarea. No sólo por los modismos y por las estructuras gramaticales que emplean, sino por la forma como la cultura se rige por códigos y formas de pensar que me resultaron incomprensibles por un tiempo. A pesar de que se habla español en la mayoría de partes, sentía que no podía entender qué pasaba a mi alrededor...

Fue con el paso de los días, incluso semanas, en que me di cuenta que no era asunto del idioma, era que el país tenía una historia compleja, que ha dejado improntas en un pueblo que es tan diverso y fragmentado como Colombia, con sus particularidades derivadas de la composición maya, ladina, xinka, garífuna y de otros tantos pueblos que coexisten simultáneamente en un espacio tan pequeño y tan distante entre si.

Crear un espacio vital, entre amigos, colegas, pareja, y recientemente un perrito llamado Moisés (por sus virtudes para dividir los charquitos de pipí que deja por toooodos lados), fue lo que me salvó. Ante un océano de complejidad, fue en estos pequeños y temporales espacios de afecto en los que pude agarrar algo de estabilidad y calma. Fue cuando empecé a entender, mejor que antes, lo que significan las raíces. 

Las raíces pueden, y suelen ser, profundas, gruesas, como de un roble. Pero también son superficiales, largas, delgadas y vastas, como las del musgo. Y es en el punto en que no se sobrevaloran unas sobre las otras, sino que se van definiendo mejor cuáles y cómo se construyen, o como se aceptan las que van tomando forma por si mismas, a pesar de uno mismo, que te ubicas en el vasto universo. 

Viajar y trabajar en otro país es una experiencia que ayuda enormemente a entender las raíces. Unas se difuminan en el olvido, quizás porque no eran importantes o porque se han guardado a conveniencia. Otras se crean y se valoran en su momento. Otras se endurecen y se vuelven definitivas de tu ser. Y hay otras que surgen inesperadamente y están en la antesala de ser una de las anteriores. 

Las cercanías y distancias. Los encuentros y los alejamientos. Los momentos llenos y los vacíos. La compañía y la soledad. Ese constante juego de equilibrios que implica el vivir. Y una vez disuelta la tentación de permanecer en un solo extremo, de vivir siempre en un suelo firme, aceptando que la deriva y la incertidumbre son parte fundamental de la vida, es que se sueltan raíces de roble y se adoptan de musgo, siempre esperando a que en parte por voluntad y en otra por espontaneidad, adopten su forma final. 

El queso Emmental es muy rico, bueno en sandwiches, tortas, panitos, boquitas... (ya me dio hambre, joder!). Pero es un ejemplo gráfico de todo esto que digo: es por sus vacíos que adquiere sabor, que define su carácter. No es solo por la masa, sino por el dióxido de carbono que crea esos agujeros, que adopta su forma de ser. Y es por eso que pienso que los vacíos que han dejado mis lugares, amigos, familia, libros, fotografías de todos los lugares, la gente que he encontrado y que ya no está, quienes han muerto, etctétera. Porque todos ellos y ellas han forjado esto que soy ahora, esta forma de ser y de pensar. Todo concluyó (temporalmente) en este momento que paró y reflexiono, que miro hacia atrás, alrededor, adelante y trato de encontrar forma en esta marea de emociones.

Guatemala logra eso: hacer pensar en la finitud y la infinidad simultáneamente. Puedes morir en un asalto callejero y luego ves que acaba de iniciar un B'aktun (medida de tiempo maya que equivale a 144 mil días), y es inevitable vincular lo pequeños que somos y lo insignificantes que nuestras vidas se ven en perspectiva. Pero luego el trabajo por derechos humanos, ayudando personas, cazando peleas con muchos actores, alcanzando pequeñas victorias que se transformarán en grandes cambios más adelantes (espero) y entiendo que no es un asunto de medir la cantidad sino la calidad de nuestras vidas, que lo que podemos hacer acá y ahora con quienes están cerca de nosotros, lo que hará valioso vivir.

Lecciones de la defensa de Derechos Humanos


"...y mucho ánimo para seguir trabajando en esa cosa tan complicada de los derechos humanos".
Así concluía una conversación con un colega, a quien hace mucho no leia (pq fue por facebook la plática). 
Me quedé pensando: en verdad es así de terrible? Así nos ven a quienes trabajamos en derechos humanos desde afuera?
Tuve que remontarme a mis épocas de estudiante de ciencia política, ya hace unos varios años (empiezan a pesarme cuando los cuento..), y recordar que si hay una imagen bastante negativa de esta labor.
Quienes hemos crecido en países en conflicto armado (como Colombia) o que han tenido un pasado conflictivo, terminamos heredando el lastre del estigma asociado a los movimientos de izquierda. Y si, defender derechos humanos se asocia, casi inextricablemente, con ser de izquierda. 
Mi papá, hombre recio él, siempre me hablaba de esos "peli lamidos" con sus códigos penales bajo el brazo. Esa imagen me la recalcaba todo el tiempo para que yo no fuera a tomar ese mal camino, o que si me quería meter en temas sociales "no me fuera a parecer a mis defendidos". 
Ya han pasado varios años desde esa época, de hecho, como se han dado cuenta, me cuesta recordarlo vivamente en mi cotidianidad. 
Fueron los ires y venires de mi carrera universitaria y de mis años laborales, los que me terminaron trayendo a Guatemala. Por una propuesta laboral que en principio me asustó mucho, pero que gracias al apoyo de una colega que estimo mucho, decidí aceptar.
Llegué un domingo, de julio, tarde radiante, con un calor abrumador (para este cachaco que sólo aguanta 20° con sufrimiento). Una ciudad nueva, caótica a golpe de vista, con distancias cortas, y mucho más desarrollo del que traia en mente (como buen colombiano/bogotano).
El trabajo se fue desenvolviendo progresivamente. No entendía mucho al comienzo, ni del trabajo, ni del marco legal, ni de mi función en el trabajo y en el país: El llamado shock cultural. Costó un poco superarlo, pues Guatemala no es un país sencillo de entender, menos en pocos días, menos para alguien que vive tan rápido como yo. 
Tomó semanas, meses, ahora creo que años, y aún pienso que no me ha alcanzado el tiempo, entenderlo. Pero se fue abriendo como una flor, con miles de petalos, con muchos colores, con un aroma que marca toda tu experiencia de vida. 
Fue acá donde empecé a ver personas indígenas, con sus trajes y costumbres, compartiendo con otros profesionales. Donde empecé a entender que la discapacidad está en los que dicen "pobrecito", no en quien sale adelante con su silla de ruedas o con su ceguera. Que las mujeres no se "victimizan", en realidad han sido víctimas de estructuras diseñadas por hombres. Que los campesinos no son "roba tierras", sino que sus tierras les han sido arrebatadas y buscan recuperarlas. Entendí poco a poco, y dolorosamente, que este pinche sistema capitalista ha creado unos pocos ricos y miles, millones, de desposeídos.
Guatemala se graba como una canción, como un lema, como un arco iris, como una sonata de marimba, como una fiesta de música electrónica con poco bale y mucho alcohol, como una kak-ik, como una pintura muy rica en detalles, como un huipil hermoso. Se te graba como un paisaje gris, en el que se insinúa el sol pero se cierra con muchas nubes... 
Fue acá donde explotó mi conciencia como defensor de derechos humanos, donde me conecté con todos y todas, donde canalicé mis ganas de pelear contra el establecimiento. Acá entendí que no moverse, que no criticar, es quedarse del lado equivocado de la historia, es apoyar al opresor.
La Declaración Universal es unt exto muy lindo, que inicia con una promesa: todos somos libres e iguales en dignidad y derechos. Que nos recuerda que no podemos aceptar, promover ni legitimar ninguna forma de discriminación. 
Y esa promesa, fue la que decidí defender para las personas LGBTI, aunque no sea fácil y requiera de muchos huev*s salir frente a toda clase de públicos para hacerlo.
Son muchas más lecciones, pero poco a poco irán tomando forma en palabras y espero poderlas compartir.