Sunday, August 11, 2013

Cercanías y distancias: sobre cómo somos como el queso Emmenthal


Hace unos días, tras la noticia de que me iría de Guatemala, una amiga me decía medio en broma-medio en serio (espero) que me iban a "arraigar" para que no dejara el país. Contexto: El arraigo es una figura legal en este país en el que ante deudas o problemas con la ley a uno le impiden salir del país.
Yo me reía, ella se reía, otros se han reído con la historia. Pero se ha quedado retumbando en mi cabeza esta broma/amenaza, no sólo por el temor que abre (ya que a uno lo aprenden en el aeropuerto y a la cárcel lo llevan!) sino por las preguntas que me ha sugerido la idea de permanecer en el país. 

El arraigo en otros contextos, no legales ni guatemaltecos, se refiere más a la forma como echamos raíces, como nos instalamos en un lugar. Y justamente por esa razón es que ahora me lo pienso, porque me vuelvo a preguntar que define nuestra pertenencia a un lugar, a un país, a una sociedad. 

El idioma es un vínculo primordial. Entendernos, hacernos entender, lograr entender a los otros. En Guate ha sido toda una tarea. No sólo por los modismos y por las estructuras gramaticales que emplean, sino por la forma como la cultura se rige por códigos y formas de pensar que me resultaron incomprensibles por un tiempo. A pesar de que se habla español en la mayoría de partes, sentía que no podía entender qué pasaba a mi alrededor...

Fue con el paso de los días, incluso semanas, en que me di cuenta que no era asunto del idioma, era que el país tenía una historia compleja, que ha dejado improntas en un pueblo que es tan diverso y fragmentado como Colombia, con sus particularidades derivadas de la composición maya, ladina, xinka, garífuna y de otros tantos pueblos que coexisten simultáneamente en un espacio tan pequeño y tan distante entre si.

Crear un espacio vital, entre amigos, colegas, pareja, y recientemente un perrito llamado Moisés (por sus virtudes para dividir los charquitos de pipí que deja por toooodos lados), fue lo que me salvó. Ante un océano de complejidad, fue en estos pequeños y temporales espacios de afecto en los que pude agarrar algo de estabilidad y calma. Fue cuando empecé a entender, mejor que antes, lo que significan las raíces. 

Las raíces pueden, y suelen ser, profundas, gruesas, como de un roble. Pero también son superficiales, largas, delgadas y vastas, como las del musgo. Y es en el punto en que no se sobrevaloran unas sobre las otras, sino que se van definiendo mejor cuáles y cómo se construyen, o como se aceptan las que van tomando forma por si mismas, a pesar de uno mismo, que te ubicas en el vasto universo. 

Viajar y trabajar en otro país es una experiencia que ayuda enormemente a entender las raíces. Unas se difuminan en el olvido, quizás porque no eran importantes o porque se han guardado a conveniencia. Otras se crean y se valoran en su momento. Otras se endurecen y se vuelven definitivas de tu ser. Y hay otras que surgen inesperadamente y están en la antesala de ser una de las anteriores. 

Las cercanías y distancias. Los encuentros y los alejamientos. Los momentos llenos y los vacíos. La compañía y la soledad. Ese constante juego de equilibrios que implica el vivir. Y una vez disuelta la tentación de permanecer en un solo extremo, de vivir siempre en un suelo firme, aceptando que la deriva y la incertidumbre son parte fundamental de la vida, es que se sueltan raíces de roble y se adoptan de musgo, siempre esperando a que en parte por voluntad y en otra por espontaneidad, adopten su forma final. 

El queso Emmental es muy rico, bueno en sandwiches, tortas, panitos, boquitas... (ya me dio hambre, joder!). Pero es un ejemplo gráfico de todo esto que digo: es por sus vacíos que adquiere sabor, que define su carácter. No es solo por la masa, sino por el dióxido de carbono que crea esos agujeros, que adopta su forma de ser. Y es por eso que pienso que los vacíos que han dejado mis lugares, amigos, familia, libros, fotografías de todos los lugares, la gente que he encontrado y que ya no está, quienes han muerto, etctétera. Porque todos ellos y ellas han forjado esto que soy ahora, esta forma de ser y de pensar. Todo concluyó (temporalmente) en este momento que paró y reflexiono, que miro hacia atrás, alrededor, adelante y trato de encontrar forma en esta marea de emociones.

Guatemala logra eso: hacer pensar en la finitud y la infinidad simultáneamente. Puedes morir en un asalto callejero y luego ves que acaba de iniciar un B'aktun (medida de tiempo maya que equivale a 144 mil días), y es inevitable vincular lo pequeños que somos y lo insignificantes que nuestras vidas se ven en perspectiva. Pero luego el trabajo por derechos humanos, ayudando personas, cazando peleas con muchos actores, alcanzando pequeñas victorias que se transformarán en grandes cambios más adelantes (espero) y entiendo que no es un asunto de medir la cantidad sino la calidad de nuestras vidas, que lo que podemos hacer acá y ahora con quienes están cerca de nosotros, lo que hará valioso vivir.

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