Tuesday, September 17, 2013

Amor, humanidad y acción: entre la música, el arte y la política

Call me Kuchu, un documental sobre activistas LGBTI en Uganda, en el proceso de trámite de un proyecto de Ley que endurecía las penas por las prácticas homosexuales en el país, me hizo atar varias cosas. Quizás sea un asunto de poner en línea los ataques contra los defensores de derechos humanos en cualquier parte del mundo. Simultáneamente, en Colombia, se conmemora el aniversario del cruel asesinato de un profesor en una Universidad pública del caribe. Posteriormente, recuerdo los asesinatos de líderes campesinos en Guatemala. Finalmente, pienso en las miradas y en las palabras que he recibido personalmente cuando discuto sobre estos temas, llegando incluso al "pero como se ha vuelto de guerrillero usté".

Reflexionar sobre la humanidad ha sido una tarea de siglos, que ha convocado a filósofos, sociólogos, politólogos, todos tratando de explicar-se y explicar-nos, porque somos lo que somos, porque hacemos lo que hacemos. Y bueno, me tocó el turno de dar un aporte sobre que vínculos establecemos y qué nos motiva para actuar cómo lo hacemos.

En un taller en Guatemala, con activistas LGBTI, reflexionábamos colectivamente sobre la familia puede ser un espacio o un actor que promueve la discriminación y la violencia cuando uno de sus miembros sale del clóset (se reconoce públicamente como LGBTI). Algunos de los miembros contaban sus historias entre lágrimas, con dolor comentaban lo que habían tenido que vivir y como han preferido cerrar ese capítulo de sus vidas y seguir adelante. Otros hablaban con odio y promovían la idea de que se debía hacer algo urgente y contundente, rayando incluso en la violencia. Yo, en ese momento concluí con algo que pienso seriamente: nadie actúa con odio, menos hacia alguien querido, y por ello debemos entender porqué hace lo que hace y mirarlo a través de los ojos del amor (o del corazón). Claro, al excepción serían las personas con una patología sociopática que son otro asunto.

Creo eso, que todas las personas actuamos guiadas por la noción de que estamos en lo cierto, que la forma como vemos la vida es la única y que queremos lo mejor para todos lo que están cerca de nosotros. Claro, definimos esa noción con base a la experiencia, los valores, los ideales, y sobre todo por la política. Apostamos por una imposición de nuestro estilo de vida a los demás y queremos que encajen y así prevenir sufrimientos. En ese sentido, los ataques contra los defensores de derechos humanos se explican por el desajuste que implican para un modelo de explotación, de organización social, de vida.

El amor, según lo entiendo últimamente, es un vínculo que establecemos todos los seres humanos. Es la forma como creamos redes y en la que procuramos que todos vivamos mejor. Pero, es compatible con esas otras prácticas? Puede un asesino basarse en el amor cuando acaba con la vida de un/a defensor/a? Yo sospecho, que dejando las explicaciones económicas (me pagaron y me tocó hacerlo) hay un componente grueso de justificaciones morales en sus acciones, creen que hacen lo justo.

La música, el arte en general, nos muestran con crudeza nuestra naturaleza, pero siempre se enfocan en activar pulsiones vitales más fuertes que las de muerte. Nos hacen vibrar de una manera distinta. Y hablo del arte como expresión no como acaparación y exhibición en vitrinas o muros. Por ello es importante oir música, bailar, ir al cine, pasear por museos. Además que debe añadírsele un componente importante, el amor. Un amor que sea comprensivo, que hable de cómo podemos vivir todos juntos, caber en una sociedad, convivir juntos. Esta postura riñe, evidentemente, con la religión, con el orgullo, con el capitalismo.

Si sometemos nuestras acciones a un test de: fraternidad (veo al otro/a como un/a hermano/a), universalidad (lo que yo propongo debería ser algo aplicable a toda persona en todo lugar), humildad (sé que intento hacer lo mejor pero reconozco que puedo fallar), reciprocidad (esto q hago me gustaría que me lo hicieran), replicabilidad (quiero que otros lo hagan), crecimiento (esto ayuda a que yo crezca como persona, que el otro crezca y que ambos crezcamos) y sostenibilidad (si lo sigo, seguimos haciendo, crearemos mejores condiciones de vida). De otro lado, si sabemos en el fondo de nuestro corazón que alimentamos la energía universal, que nos satisface y que nos deja dormir con tranquilidad, concluiremos con son buenas acciones.

Desde una perspectiva interpersonal, internacional o intercultural, la clave está en escuchar. No sólo oir, sino escuchar.

Claro, con esta forma de ver la vida, abrir un periódico, ver Call me Kuchu, ver noticieros, hablar con otros activistas de derechos humanos, termina por deprimir un poco. El mundo pareciera estar en un curso inevitable de luchas contra la vida y el amor mismo. Pero al mismo tiempo tiene destellos de vida, respeto, amor, por doquier. A mi siempre me enternece hasta la médula ver que otras personas tengan gestos humanos: desde ceder una silla a una persona de edad avanzada, una madre que da a luz, un joven que le celebra el cumpleaños a una habitante de calle, alguien que da su vida por una causa o por otra persona.

La vida no se puede definir en blancos y negros, como tampoco en bueno o malo, pero si vibra con pulsiones que nos permiten avanzar, todos al tiempo, hacia una coexistencia menos violenta. Darle la oportunidad al amor, a la vida, a la energía, al arte, a la música, es la única política posible. Todas las demás son desvaríos que debemos combatir, siempre mirando con ojos de amor: aquel que agrede, que lastima, que mata, es un ser humano y por ello debemos tenderle la mano una y otra vez hasta que entienda que actúa mal. No podemos ser violentos, pues disolvemos la línea entre ellos/as y nosotros/as.

Suena hippie, idealista, algunos/as dirán rídiculo, pero es mi voto de esperanza en que a pesar de tanta podredumbre, aún brota la vida en múltiples fisuras. Y prefiero seguirlo creyendo y luchando por ello, para no morir de tristeza.

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